Hola, voy a ver si consigo lo que me propuse, y escribo un poco más que antes (cosa que tampoco va a ser muy difícil).
Este fin de semana pasado nos propusimos con Miriam aprovechar un poco más el tiempo que nos queda en Japón, visitando un lugar donde no hubiésemos estado y un lugar donde ya hubiésemos ido. La decisión fue visitar el lago Biwa y el Fushimi Inari. La verdad es que la propuesta no fue tal cual digo, ya que el Fushimi Inari lo teníamos pendiente hacía tiempo, ¡desde que estamos aquí sólo hemos ido una vez!
Así pues, nos levantamos pronto el sábado (a las 9 o las 10 xD) y, tras prepararnos, nos dirigimos a una tienda de bentos donde venden cada bento a 267 yens… ¡tirao! además pedí un par de «croque» le llaman ellos, un tipo de croqueta pero con forma de hamburguesa 😕 que sale a unos 25 yens cada una 😀
Para quien no sepa lo que es un bento: Es una ración de comida variada, muy popular en Japón. En ella te ponen arroz, carne o pescado, algo de verdura… hay multitud de bentos diferentes y suele ser una comida muy completa.
Tomamos la bici para ir a la estación de Kyoto, aparcamos en el AEON Mall de gratis ^^; y tomamos el tren dirección Kusatsu, un lugar donde dicen que hay un jardín botánico muy bonito. Llegamos a Kusatsu y tras salir de la estación y ponernos a andar… nos damos cuenta de que… ¡no teníamos ni idea de dónde carajos estaba el jardín! 😀 pensamos que estaría cerca, seguimos andando (…) y finalmente decidimos volver al punto de información turística de la estación. Un señor mayor nos atiende y nos dice que hay que ir en bus y que vale unos 420 yens (¡¡¡por un trayecto de unos 10 km!!!) y bueno, tras pensar si ir o no… decidimos aprovechar, «yakistamos».
Durante el trayecto de bus nos vamos quedando asombrados. Ninguna presencia de edificios y las casas que se veían eran tradicionales, mezcladas con enormes arrozales… a ese enorme verde con motitas oscuras que eran las casas, había que añadir un precioso cielo azul que aquel día nos daba la bienvenida. Al fondo una picuda y pequeña montaña que parecía no darse cuenta de que no pegaba mucho con el entorno.
Llegamos a destino y nos encontramos con una zona enorme de césped que, aunque poco cuidada, daban ganas de tirarse encima y revolcarse… cosa que no hicimos porque seguramente estaría llena de bichos ¬¬
Al lado de la zona de césped y una línea de paseo considerablemente ancha, se encontraba «el mar», o lo que es lo mismo, el lago Biwa, acompañado por un señor solitario que, caña en mano, trataba de llevarse algún pescado para su casa. Miriam y yo nos quedamos asombrados, ya que además el silencio que allí había era totalmente relajante.
Nos pusimos a andar dirección al jardín botánico y nos encontramos una zona llena de arena, en plan playa, con un árbol despistado por medio y con un agua llena de nenúfares. Una gran piedra en el agua daba sitio a un par de tortugas ociosas que, cuello estirado, cabeza firme y ojos cerrados disfrutaban de aquel solecito como si aquella fuera su primera y última vez.
Nos estaba gustando mucho ese sitio pero le dije a Miriam que si queríamos entrar a tiempo al jardín, teníamos que ir un poco a la idea, por lo que seguimos y, entonces, apareció…
Prácticamente sin darnos cuenta y sin saber de dónde salía, una gatita se echó encima de Miriam, maullando como si fuese su dueña. Estaba claro que nos pedía comida. Así pues, nos pusimos en las piedras donde estaba la gatita, sacamos las croquetas con forma de hamburguesa y empezamos a darle trocitos pequeños. La pobre estaba hambrienta, e intentaba quitarnos la comida antes incluso de que tuviésemos tiempo de soltarla en el suelo, mordiendo y arañando a la mano. Se comía los trozos de croqueta sin masticar, y no tenía uno delante de sus narices que ya pedía el siguiente trozo. Tras una croqueta y media empezó a quedar saciada, y lo que en un principio eran unas ganas desesperadas por comer se convirtió en un comer tranquilo y pausado.
Cuando finalmente acabamos de darle las croquetas, y pensando que se iría… (suele pasar con los gatos callejeros) decidió quedarse y, mirándonos con esa cara que tanto Miriam como yo reconocemos en Kumo, nuestro gato, empezó a hacerse mimos con nuestras piernas. Nos miraba con los ojillos medio cerrados, con cara de tranquilidad, y se comportaba como si nos conociese de toda la vida. Empezamos a acariciarla y ella cada vez se frotaba más con nosotros y nos pedía más mimos. Si Miriam se iba de su sitio, la gatita la seguía y le hacía mimos. Tras un rato se giraba, me miraba, y venia corriendo hacia mi a que la acariciara. Fue increíble.
Decidimos poner un toldo azul que venden aquí para la gente que va a hacer picnic y comernos ahí los bento, pero parece que a la gatita no le gustó la idea y todo el rato que tuvimos el toldo puesto ella no se nos acercó. Después de comer fuimos con ella y ya se quedó más contenta. Como curiosidad, miraba a la gente como pasaba pero no se les acercaba, e incluso había momentos que daba la sensación que se escondía entre nosotros si por ejemplo pasaba algún perro…
Se nos empezó a hacer realmente tarde para ir al jardín y decidimos irnos, tras dejarla a ella en unos matorrales donde se había metido entre sus varios paseos.
El jardín… bueno, estuvo bien, pero la mayoría de flores estaban bastante «chuchurrías» como diría mi madre… el lugar era bastante pequeño, y creo que con las fotos ya queda bastante explicado como era el sitio. Nos quedamos algo decepcionados.
Al volver fuimos, como no, a buscar a la gatita. Miriam había guardado algo de comida que le sobró del bento y, aunque la gata no estaba cuando llegamos, nos fuimos a la zona donde la habíamos visto por última vez y, tras llamarla haciendo ruido con el cacharro del bento, salió maullando de entre las hierbas y vino como un perrito que da la bienvenida a su dueño en casa. Repetimos la operación, estuvimos un buen rato con ella y cuando supongo se cansó de tanto mimo decidió sentarse a nuestro lado y cerró los ojos, como suelen hacer los gatos cuando se sienten bien con alguien. No dábamos crédito…
En ese momento ya se empezó a hacer tarde para otra cosa, y es que el ultimo bus se iba en media hora. Fuimos a la zona de matorrales con el cacharro de la comida (que apenas tocó mientras estuvo con nosotros), se lo coloqué detrás de un árbol y la invité a comer. Se puso a comer y aprovechamos para irnos… pero, tras unos cuantos pasos, la gatita salió de entre los matorrales, maullando, y mirándonos. No nos lo creíamos… fuimos hacia ella y se quedó sentada mientras nos miraba, como no entendiendo que sus nuevos amigos tuviesen que irse o la dejasen allí sola. La acariciamos un par de veces y nos fuimos. Tras unos pasos detrás nuestro se volvió a sentar y se quedó mirando como nos íbamos. Aprovechamos para hacer unas cuantas fotos del paisaje y del increíble y precioso cielo rosado que se reflejaba en el lago, y finalmente nos fuimos.
Creo sinceramente que nunca se repetirá algo así, y es que el domingo seguía sin poderme quitar a esa gatita de la cabeza… se nos pasó la idea de volver y llevárnosla, pero hay muchos motivos para decidir no hacerlo… sólo sé que me muero de ganas de volver allí, aunque entre el tren y el bus sale caro. Tampoco queremos que se encariñe realmente de nosotros, seguramente esa gatita es callejera, aunque su comportamiento y ese hambre enorme con el que nos recibió dan que pensar.
La verdad, no entiendo a esas personas que no valoran a los animales como a seres iguales a ellos, al fin y al cabo todos somos seres vivos, y tanto derecho tiene un gato como un humano de estar sobre la superficie de la tierra, y es que parece que tengamos una potestad superior sobre el mundo que nos acoge y a veces pensamos que somos mejores y que el mundo es nuestro. ¿Que tenemos que ir de un lugar a otro? ¡No hay problema, construiremos una carretera! ¿Que hay que cortar árboles y cortar un ecosistema entero? ¡No nos afecta a nosotros, no hay problema! ¿Que en esa carretera se puedan atropellar gatos, perros, u otros animales que vivían allí antes de que se hiciese la carretera? «No pasa nada, mientras no me rompa el coche.» Creo que el ser humano todavía no tiene lo que se merece, la naturaleza está siendo demasiado benevolente con una especie tan egoísta como la nuestra, pero ya nos lo encontraremos, y merecido que lo tendremos.
Bueno, basta de reflexiones, mañana si es posible la crónica del Fushimi Inari!!!